Zana viaja con quince años al Yemen, tierra de su padre, para pasar unas vacaciones en casa de Abdul Khada. Lo que encuentra allí es horrible, las mujeres trabajan hasta el agotamiento y no tienen privilegios, no hay electricidad ni agua ni grifos. Ella viene de Londres donde escucha música moderna y se pinta para salir. Antes de que pase una semana en el Yemen se entera de que no va a volver a su Londres natal, porque su padre le ha vendido. A ella y a su hermana. Y la ha casado sin su consentimiento con un niño enfermizo menor que ella. Está secuestrada y es sistemáticamente violada. Durante ocho años tiene que pasar por un infierno mientras su madre trata de recuperarlas con todos los medios posibles ayudada de periodistas británicos. Pero para entonces Zana tiene que renunciar a su propio hijo y a su hermana, que ya es incapaz de salir de aquel infierno.
Una historia terrible, desgarradora. Impensable que a punto de entrar en el siglo XXI (los hechos tienen lugar en los años 80 del siglo pasado) un padre, por muy musulmán que sea, sea capaz de vender a sus hijas de 15 y 14 años a unos amigos yemeníes para casarlas con los retoños de éstos, unos críos aún más jóvenes que ellas.
La hermana mayor, Zana, que nunca dejó de luchar por su libertad y su dignidad, cuando consiguió al cabo de unos años escapar de aquel horror, escribió este relato en el que narra los años de esclavitud, las violaciones y humillaciones que sufrió junto a su hermana Nadia en una zona de Yemen tan remota que ni sale en los mapas.
Zana consiguió salir de allí gracias a su incesante lucha y a la ayuda de su madre, que removió cielo y tierra desde Inglaterra para sacar a sus hijas de aquel horror. Pero a Nadia, la menor de las hermanas, sus carceleros lograron prácticamente anularla hasta el punto de conformarse con su situación. En cualquier caso, el trauma para las dos debió ser tremendo.
Desgraciadamente estas cosas siguen ocurriendo a día de hoy, en pleno siglo XXI, en muchos países árabes.